martes, 30 de noviembre de 2010

Reivindicando al Tino Casal escultor.


Crecí escuchando a Tino en el enorme radio cassete sanyo de mi madrina. Todavía a día de hoy cuando lo escucho me acuerdo de ella. También recuerdo aquella imagen del Corsa blanco estampado contra una farola. Otra vez el asiento de la muerte, otra vez.
Desde aquí lo que pretendo es reivindicar al Casal pintor y escultor, sobretodo al escultor. La mayor parte de sus obras, de sus mejores obras, fueron realizadas allá a mediados de los ochenta, cuando debido a un esguince mal curado y a la automedicación, se produjo una necropsia en su fémur que le llevó, en un primer instante, al borde de la muerte, y luego al peligro de la mutilación de una de sus piernas o a la cojera para el resto de su vida. Tino era coqueto, no le servían las tiendas madrileñas, tenía que irse a Londres a comprar ropa, se pasaba el día en el baño arreglándose para salir. Cuando Tino salía se notaba, y pensar que podría quedar mutilado o cojo para él era todo un drama.
De esa época postrado, recuperándose, son para mi sus mejores obras escultóricas. Reproducía incesantemente fémures enfermos, crucifijos con fémures, huesos podridos, composiciones con huesos maltrechos, siempre huesos, fémures, la enfermedad en los huesos. Todo un génio, luego se recuperó, volvió a los escenarios, volvió a sus plataformas, se reinventó, pero aquel asiento de la muerte, aquel Corsa maldito, aquella farola de Aravaca se cargó, de una sola tacada a un gran compositor musical, a un buen pintor, a un genial escultor y a (dicen) una buenísima persona. Lástima, Tino, lástima...

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